lunes, 3 de septiembre de 2007

"AGONIZAR EN SALAMANCA". LUCIANO. EGIDO

Unamuno y Ortega y Gasset fueron los intelectuales españoles más reconocidos del siglo XX, cuyas obras tuvieron la suficiente calidad como para traspasar los cerrados y oscuros límites de la España de principios del siglo pasado , y tener cierto eco en Europa.
Dos personalidades distintas y con ideas filosóficas diferentes que se enfrentaron de distinta manera a la sublevación militar del año 1936, pero que al final aceptaron como inevitable para preservar sus conceptos de lo que era y debía ser España.
Ortega y Gasset dejó su inicial y ético exilio para regresar a un Madrid acogotado todavía por la represión política franquista, y asumir el papel de figura intelectual "de referencia" en el páramo que Franco había convertido el mundo del pensamiento.
Miguel de Unamuno tuvo un discurrir biográfico distinto. Más acorde con su personalidad egocéntrica.
Unamuno, "filósofo existencialista cristiano", si ese rango intelectual pudiera existir, venía del siglo anterior muy marcado psicológicamente por las guerras entre carlistas y liberales vividas en su infancia bilbaina ; así como la evidente decadencia y liquidación del Imperio Español, que llevaría a España a retroceder al furgón de cola del tren de la industrialización y modernización europea. Esta situación subdesarrollada respecto al centro y norte europeos Unamuno la vivió como una herida sangrante en su mismo corazón, e inaceptable para su orgullo polemizador. Porque si algún rasgo psicológico podría definir a Una muno sería poseer un ego intelectual, que le convertía en maestro y luz de cuanto debate social y/o político apareció durante los primeros treinta años del siglo XX. Nunca se ajustó a otra disciplina que la suya propia, ni aceptó influencia que no saliera de su universo intelectual. Polemizó, y luchó desde la prensa escrita, contra la monarquía borbónica y la dictadura de Primo de Rivera, costándole un destierro en las islas Canarias primero y en Hendaya , después elogió el sistema republicano como alternativa lógica a la monarquía, y hasta colaboró con los centros sociales obreros y agrícolas socialistas, en los que su ego experimentó una exaltación y ascensión en cuerpo y alma al cielo de la soñada eternidad.
Unamuno nunca fue socialista. Sus diatribas contra el blochevismo, al que consideraba como una corriente política "oriental", y contra el Frente Popular, tenían, a pesar de todo, más de juego floral o torneo incruento intelectual que llamada el río de sangre que bien pronto fluiría por la Península Ibérica.
No fue un fascista, o fajista como los denominaba. Pero se convirtió en el venero intelectual del golpe militar. Su frase "defensa de la civilización occidental cristiana", (¿ a qué se refería? ¿qué España soñó este intelectual?), sería aporpiada por los militares y fascistas, machaconamente difundida en sus emisoras de radio y periódicos, para defender intelectualmente su ignominioso golpe de estado. Las críticas políticas a la República, que había contribuido a implantar izando su bandera en el balcón del Ayuntamiento salmantino, y a su presidente Azaña, al que detestaba por enemistad personal, perdieron su carácter didáctico popular y se onvirtieron en pasaporte legal para los crímenes que vendrían tras la sublevación. Pero el gesto sinsentido, salvo que se considere producto de una personalidad que se creía por encima de los demás mortales con derecho a erigirse en su maestro y líder intelectual, que representó dar su apoyo a la sublevación desde los primeros instantes, llegando a formar parte como concejal de la primera coroporación municipal golpista de Salamanca, y que le supuso un aluvión de críticas de todos los intelectuale republicanos, en la creencia , según Luciano Egido, de que la sublevación no era más que una "corrección" por el estamento militar de la deriva republicana, le dañaría su ego profundamente, entrando en una espiral de desilusión y duda que le duraría hasta su muerte.

Una muerte que pensó como paso a un estado de "eternidad personal". El no podía creer que su obra a inteligencia quedaran en el olvido, a la espera del rescate por algún miope erudito, necesitaba transcender su momento cotidiano para vivir en la memoria del pueblo, y esta necesidad era tan vívida y sentida que la sola sospecha de que estuviese equivocado le atormentaba. Pero en estos últimos meses de vida vio cómo sus amigos intelectuales republicanos españoles y compañeros europeos le denostaban por su posición ante la sublevación, y sólo los fajistas o fascistas demostraban interés por su pensamiento. Mas la España falangista o carlista no era la que él idealizó durante años, motivo de reflexión permanente en su extensa obra. Su España, sin embargo, contenía todos los ingredientes de eternidad , de "toque divino", y proyección universal como luz que ilumina a la Humanidad, de la España fajista.

En escenario político y social crudo y dividido en dos bandos irreconciliables el pensamiento unamuniano pertenecía al pasado, tanto en su formulación teórica como en sus héroes y mitos. No servían para un futuro esperanzador de libertad , justicia e igualdad, preconizado por las clases populares, sino para anclar aún más la situación de subdesarrollo del país e impedir su superación.

Si esperpénticca fue su actitud en la celebración de la Hispanidad al enfrentarse al mutilado y descerebrado militar Millán Estray utilizando argumentos racionales contra quien sólo usaba la cabeza para colocarse la gorra caqui, no menos curel fue su entierro, portando los falangistas el ataúd, simbolizando que era uno de los suyos el fallecido, y haciéndole cómplice de la barbarie que anegaba España en esos tiempos.

A Unamuno le utilizaron los sublevados como prototipo de intelectual español, es decir, como pensador de la "España eterna", y ultramontana. Se apropiaron no sólo de sus restos mortalñes sino de su obra, y lo hicieron injustamente, sí, pero analaizando su obra intelectual podemos pensar que de alguna manera alimentó los espíritus de ese sector social español rancio.