1.- Hay un viaje que todo Hombre debería emprender , y no se trata de ver maravillas ocultas de la naturaleza, ni visitas a lugares exóticos, sino andar el camino hacia sí mismo, a su interior. Es la aventura más intensa y larga de su existencia. Y para ello el cerebro humano dispone de dos capacidades únicas : la reflexión, y la introspección. Cualquier tramo recorrido en esa dirección supondrá tal felicidad íntima que abrirá las puertas de una nueva percepción de nuestra vida.
A lo largo de la Historia el Hombre ha recorrido su camino apoyándose en religiones y guías innecesarios, que lejos de conducirle a buen puerto le han estrellado contra los acantilados del fanatismo y la ignorancia. El primer paso del camino es prescindir de lo aprendido, y tener el valor de andar, aún con paso vacilante, con sus propios medios. No debemos temer a perdernos, porque dentro de nosotros nadie sabe mejor los atajos, victorias y derrotas , de nuestro pensamiento.
2.- Históricamente han sido los místicos de todas las religiones los que más han avanzado en este camino hacia nuestro interior. Siempre se ha supuesto que la fe o la creencia en un ser superior, un Dios, es la meta del camino, pero no es así. Este tipo de creencia ha funcionado como una apoyatura, pero su utilización no es imprescindible, es más, "creer" sin razonar en un cuerpo dogmático cerrado y absoluto puede desviarnos de nuestro objetivo.
El objetivo final es "conocerse a sí mismo". Explorarnos por dentro, y acceder así a una nueva perspectiva del mundo y de nuestra existencia.
3.- La enseñanza más preciada es sentirse una parte más del universo, ni mayor ni menor a cualquiera otra especie animal y vegetal. Una partícula universal que ha sido dotada de capacidad para "entender" y "comprender" el misterio de la vida y del universo en su conjunto.
Cuando, mediante la reflexión y la introspección, avanzamos por el camino , una percepción llena de compasión y solidaridad con la humanidad, en sus alegrías y penas, irá apareciendo ante nosotros, modificándonos nuestra previa manera de pensar y sentir.
4.- Si amar la vida es más que un deber moral en todo Hombre, igualmente la muerte debe ser aceptada como un suceso natural.
El miedo a la muerte es un elemento perturbador de raíz cultural y religiosa, debido a que nos enfrentará a un juicio "final" en el que implacablemente nuestra vida merecerá premio o castigo eterno. Y porque la duda sobre la convenciencia o moralidad de nuestro actos, una especie de impronta de culpabilidad que nos atormenta haciéndonos infelices, es consustancial a nuestra condición humana nunca sabremos si actuamos correctamente o no.
Esta perversa idea , la culpabilidad, propia del judaísmo y cristianismo, sólo encuentra solución si se siguen una serie de actos privados y sociales dictados previamente por una jerarquía religiosa, mediante escritos y dictámenes lógicamente caprichosos, apresando al Hombre en una maraña de incertidumbres que ni la muerte, el último acto privado que hacemos, es capaz de asegurar. Para las religiones monoteístas, con un dios severo, e implacable no basta una vida vivida rigurosamente siguiendo los cánones religiosos imperantes, sino que en su perversidad incluye los pensamientos, ese mundo íntimo de cada Hombre sin el cuál nada somos, provocando un sentimiento de inseguridad vital de tintes sádicos que nos entrega atados de pies y manos a la voluntad de los jerarcas religiosos.
5.- Romper con esos dañinos sentimientos impuestos, y aprendidos , es el primer paso para comenzar el camino. Ligeros de equipaje.
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