Carlos Sorin. Argentina. 2006.
Ignacio Benitez/Carlos Wagner la Bella/Paola Rotela.
Un joven campesino de Misiones, en la frontera con Brasil, allá donde la naturaleza ha dado al hombre uno de los paisajes más maravillosos del planeta como son las Cataratas de Iguzaú, vive obsesionado con la figura del futbolista Diego Armando Maradona, del que conoce más detalles de su vida personal y profesional que el mismo protagonista, encuentra un día, tras una tormenta, un gran árbol, un timbu, arrancado del suelo cuyas raíces se le representan la imagen del futbolista con los brazos levantados celebrando un gol. Encuentro que da un nuevo sentido a su humilde vida de campesino sin mayor horizonte que la consecución del alimento diario para su mujer y tres hijos. Nace en su cerebro la idea de ser protagonista y testigo de un hecho sobrenatural que da sentido a su obsesión de siempre, y decide recortar le tronco , modelarlo levemente, y entregarlo al Museo del Boca Juniors, en Buenos Aires, que acaba de enterarse que se está elaborando. En esos días el famoso futbolista tiene que ser ingresado en una clínica aquejado de una crisis cardiaca, una muchedumbre de hinchas del futbolista asedian la clínica con constantes cánticos de ánimo , rosarios, ofrendas con la Virgen de Luján como intermediaria, formando un microcosmos de exaltados, desocupados, y esperanzados porteños, reflejo de las clases humildes de la capital argentina. El joven campesino piensa entonces que si entrega la talla al futbolista éste se curará de inmediato, pues su misma aparición es todo un milagro en sí, y decide tomar el camino a Buenos Aires con la talla vestido con la camisola argentina y el número diez, el del Maradona, en la espalda. Un largo camino, en el que se encontrará con personajes variopintos y con casi con la misma irracional fé que la suya en la capacidad sobrenatural del astro futbolístico para sobrevivir a todo tipo de contrariedades. La talla de Maradona logra abrir las barricadas tendidas en la carretera nacional por unos vecinos, le consigue transporte fácilmente, y despierta la simpatías de cuantos encuentra ; hasta la de un camionero brasilero con una carga de cincuenta mil pollos para la capital, que le acerca a la villa del futbolista en las afueras de Buenos Aires. Gente humilde con creencias disparatadas sobre los fenómenos sobrenaturales a los que una inconmovible fé y esperanza les mueve y anima para seguir en sus vidas anodinas y pobres, como las del autobús peregrino al santuario del "gauchito Gil", o el ciego apostado en la puerta de la urbanización donde vive el futbolista confiado en verlo y vender sus cupones a la muchedumbre gritona y que sigue en pie allá a pesar de haberse marchado ya todos. El cupón que regala al campesino es un vale para la esperanza en una vida mejor, mas aunque no salga premiado el joven ya ha recibido su premio con la certeza de que Maradona haya recogido con sus propias manos la talla, dando cumplimiento a su odisea viajera y salir enriquecido emocionalmente. Ya tiene una aventura que transmitir a sus hijos dando sentido a su difícil vida entre los bosques de Misiones.
Que la ilusión mueve montañas, es conocido. Que una esperanza, por muy utópica que parezca, puede conformar toda una vida lo vemos a diario entre los creyentes de las distintas religiones. Y que su necesidad para el hombre es fundamental es una realidad. Vivimos de ilusiones, en un mundo de apariencias , de luces y sombras, y aquellos que logran darle sentido son afortunados.... y hasta felices.
(11/05/2007).
No hay comentarios:
Publicar un comentario